martes, 15 de diciembre de 2020

"Tendrás que elegir"

"Tendrás que elegir" 

Por Teresa Gramuntell, del Colegio Venado

   Desde que somos pequeños, nuestros padres insisten en que hagamos alguna actividad fuera de nuestro horario lectivo. Sea fútbol, básquet, tenis, natación o guitarra, violín, trompeta o percusión; todos hemos tenido una actividad que hemos hecho prácticamente desde que tenemos memoria. Un miedo comprensible de los padres es no acertar con las inclinaciones de los hijos, por tanto una estrategia muy recurrida es coger un deporte y enseñanzas musicales. Así el riesgo de error se reduce: sea un atleta o un músico, tendrá herramientas para decidir.


 
  Pero ¿qué pasa cuando el niño crece y no tiene una preferencia marcada? ¿Qué se hace en esos raros casos, donde la pasión por ambas actividades no es capaz de elegir un vencedor?

 Llevo 12 años cursando estudios musicales (casi desde que sé leer y escribir) y llevo 7 años en el tiro con arco, aunque después de haber pasado por distintos deportes artísticos. Cuando empecé secundaria, cada vez la presión era mayor; deportiva, musical y académicamente. Pedía ayuda, no sabía gestionarlo, no quería quedarme atrás pero cada vez era más difícil seguir el ritmo. Y parece que la única solución que es capaz de darte la gente en esa situación es esta: elige.

   El problema es que esas personas no eran conscientes de que cada actividad es parte de mí, y que el vacío que dejaría abandonar cualquiera de las dos sería más grande que el alivio que me proporcionaría tener ese tiempo libre. La música me permitía expresarme, mientras que el tiro con arco me disciplinaba. Ambas suponían una liberación, una brisa de aire fresco en el día a día cada vez más congestionado en que se estaba convirtiendo mi vida. Pero al mismo tiempo mis profesores y mis entrenadores me presionaban más e insistían en que tenía que elegir, intentando convencerme con argumentos cada vez más rebuscados y tendenciosos que objetivos.

 Entonces ¿cuál es la solución?

 Con el paso de los años me di cuenta de que no hay solución universal para este problema. No hay un hechizo, una píldora mágica que haga que compaginarlo sea más fácil. Cuando entré en Cheste, sabía que sólo lo haría más difícil. Iba a sacrificar estudios por clases, clases por entrenamientos y entrenamientos por estudios para conseguir esa alineación de horarios tan estrecha y tan cerrada que me permitiría llevar todo adelante. Era duro, mucho más de lo que la gente puede llegar a entender o pueda llegar a reconocer.

    Sin embargo, todo valía la pena cuando llegaba junio, con sus boletines de notas y la promesa de un verano entero por delante. Cuando los profesores, tus entrenadores y tus padres te decían que estaban muy orgullosos de ti por haber conseguido todo aquello que te habías propuesto, por haber dado la talla de todo lo que se esperaba de ti. Esa sensación de gratificación recompensaba todo el esfuerzo de un año.

   Conforme he ido creciendo,  poco a poco he aprendido a encontrar un equilibrio que no implicase poner ni mi salud mental ni física en juego. Podría haber elegido. Podría haber seguido la norma. Podría haber sacrificado una parte de mí. Pero tengo la mala costumbre de elegir siempre el camino largo y difícil. Y cuando me preguntan, siempre respondo que sí, que sigue siendo difícil, pero las pequeñas victorias que me aportan son cada vez más valiosas; no para mi carrera deportiva, musical o académica, sino para la carrera más importante de todas: mi vida.

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