"Tendrás que elegir"
Por Teresa Gramuntell, del Colegio Venado
Desde que somos pequeños, nuestros padres
insisten en que hagamos alguna actividad fuera de nuestro horario lectivo. Sea
fútbol, básquet, tenis, natación o guitarra, violín, trompeta o percusión;
todos hemos tenido una actividad que hemos hecho prácticamente desde que
tenemos memoria. Un miedo comprensible de los padres es no acertar con las
inclinaciones de los hijos, por tanto una estrategia muy recurrida es coger un
deporte y enseñanzas musicales. Así el riesgo de error se reduce: sea un atleta
o un músico, tendrá herramientas para decidir.
Pero ¿qué pasa cuando el niño crece y no
tiene una preferencia marcada? ¿Qué se hace en esos raros casos, donde la
pasión por ambas actividades no es capaz de elegir un vencedor?
Llevo
12 años cursando estudios musicales (casi desde que sé leer y escribir) y llevo
7 años en el tiro con arco, aunque después de haber pasado por distintos
deportes artísticos. Cuando empecé secundaria, cada vez la presión era mayor;
deportiva, musical y académicamente. Pedía ayuda, no sabía gestionarlo, no
quería quedarme atrás pero cada vez era más difícil seguir el ritmo. Y parece
que la única solución que es capaz de darte la gente en esa situación es esta:
elige.
El problema es que esas personas no eran
conscientes de que cada actividad es parte de mí, y que el vacío que dejaría
abandonar cualquiera de las dos sería más grande que el alivio que me
proporcionaría tener ese tiempo libre. La música me permitía expresarme,
mientras que el tiro con arco me disciplinaba. Ambas suponían una liberación,
una brisa de aire fresco en el día a día cada vez más congestionado en que se
estaba convirtiendo mi vida. Pero al mismo tiempo mis profesores y mis
entrenadores me presionaban más e insistían en que tenía que elegir, intentando
convencerme con argumentos cada vez más rebuscados y tendenciosos que objetivos.
Entonces
¿cuál es la solución?
Con
el paso de los años me di cuenta de que no hay solución universal para este
problema. No hay un hechizo, una píldora mágica que haga que compaginarlo sea
más fácil. Cuando entré en Cheste, sabía que sólo lo haría más difícil. Iba a
sacrificar estudios por clases, clases por entrenamientos y entrenamientos por
estudios para conseguir esa alineación de horarios tan estrecha y tan cerrada
que me permitiría llevar todo adelante. Era duro, mucho más de lo que la gente
puede llegar a entender o pueda llegar a reconocer.
Sin embargo, todo valía la pena cuando
llegaba junio, con sus boletines de notas y la promesa de un verano entero por
delante. Cuando los profesores, tus entrenadores y tus padres te decían que
estaban muy orgullosos de ti por haber conseguido todo aquello que te habías
propuesto, por haber dado la talla de todo lo que se esperaba de ti. Esa
sensación de gratificación recompensaba todo el esfuerzo de un año.
Conforme he ido creciendo, poco a poco he aprendido a encontrar un
equilibrio que no implicase poner ni mi salud mental ni física en juego. Podría
haber elegido. Podría haber seguido la norma. Podría haber sacrificado una
parte de mí. Pero tengo la mala costumbre de elegir siempre el camino largo y
difícil. Y cuando me preguntan, siempre respondo que sí, que sigue siendo
difícil, pero las pequeñas victorias que me aportan son cada vez más valiosas;
no para mi carrera deportiva, musical o académica, sino para la carrera más
importante de todas: mi vida.
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