Freddie Mercury con su look más ochentero |
Algo así ha sucedido con Bohemian
Rhapsody, la película biográfica del grupo británico Queen, que ha tenido que sobreponerse a terremotos y tempestades en
los ocho años que ha tardado en cristalizar su proyecto. La gestación de la
película pasó por tres actores protagonistas (¡el primero fue Sacha Baron Cohen!),
numerosos guionistas, el despido del director Bryan Singer (el director de la
saga X-Men) y mil rumores sobre las intromisiones de los miembros aún activos
de la banda original, Brian May y Roger Taylor, quienes, por lo visto, querían
poner en escena la versión más taquillera y menos comprometida posible.
Y así ha sido. La impresión que da la película, desde un punto de vista
objetivo, es que se trata de una historia mal enlazada, con secuencias metidas
con calzador, con un guion recauchutado repleto de frases postizas que quieren
destacar lo que todos sabemos de la banda
y que lo único que persigue es no molestar al espectador. Es más, el hilo
conductor de la película, el temazo Bohemian Rhapsody tan brillante y
desconcertante en pleno siglo XXI, tiene su punto de protagonismo (quizás el
mejor de la película) cuando se detalla su proceso de creación, pero es cierto
que en ningún momento se trata de explicar ninguno de los misterios que aún hoy
rodean a esa canción tan vinculada al destino de Mercury. Se nota que había una
clara voluntad de construir una película apta para todos los públicos. Sin
escándalos, sin contar nada que no supiera el aficionado estándar. Más bien
parece que el objetivo es conseguir vender más discos, aumentar la popularidad
de Queen entre las nuevas
generaciones y, en definitiva, hacer más caja para las arcas de Brian May y
Roger Taylor, quienes todavía manejan el nombre con el que pasaron a la
posteridad arrastrando al grupo por giras interminables.
Lo más sorprendente de todo es que la película funciona pese a arrastrar
horribles secuencias como la de Mercury presentándose de forma clandestina a un
laboratorio y saludar de forma macarrónica a un fan después de comprobar que ha
dado positivo. El espectador contempla alucinado una historia de sobra conocida
pero no por ello más fascinante y… ¡se lo pasa bien! La primera clave para
entender esta sensación es la interpretación de Rami Malek. Resulta surrealista
que, pese a ser el doble perfecto de Mike Jagger (que manda narices la elección),
lleve a cabo con su mandíbula postiza, una interpretación correctísima, sobreponiéndose
a un guion que no puede ser más plano. Ojo,
que el resto de caracterizaciones son impecables, sobre todo la Gwilym Lee, quien
parece haber nacido para interpretar a Brian May.
No es una broma, a la derecha, Malek caracterizado como Mercury en los años 70, a la derecha... ¡Mike Jagger, el líder de los Rolling Stones! |
La segunda de las las claves es que la película se articula en torno al
concierto Live Aid de 1985, uno de los puntos culminantes de la carrera de Queen. El final es apoteósico, el
espectador se sumerge en el concierto y parece estar viviéndolo en directo,
desde dentro, gracias a una reconstrucción perfecta del acontecimiento. Cuando
acaba la película te llevas una impresión muy agradable y acabas neutralizando
todo lo negativo de la historia que has ido tragando a lo largo de sus dos
horas de duración. Un buen final, es un buen final y aquí el director (o los
productores, o quien haya tomado la decisión de organizar así la película)
acertó.
La tercera clave no hace falta ni comentarla. Queen es y será siempre Queen. Y su música es y será siempre una pasada. El arranque del film, con el logo de la 20th Century Fox sonando a través de la
guitarra de May ya le pone al aficionado la carne de gallina. Solo con la
legión de seguidores que tiene la banda la película tenía garantizado el éxito.
Es un cálculo frío que también se aplicó al musical inspirado en sus canciones.
La fórmula del biopic sin riesgos
parece que funciona a la perfección y lo mejor para no levantar ampollas es no
profundizar demasiado en temas espinosos. Las relaciones homosexuales de Mercury
aparecen, pero nunca cobran demasiado protagonismo; su estilo de vida bohemio y
sus flirteos con la autodestrucción también aparecen, pero nunca dejan muy
comprometida la figura de Mercury, que es un referente, un ídolo demasiado querido, una leyenda, como se dice en la película, cuyo
recuerdo es mejor no mancillar.
La película va camino de ser uno de los taquillazos del año: más de 150
millones de dólares recaudados en su primera semana (cuando su presupuesto
apenas pasaba de los 50), a los que hay que añadir los ingresos indirectos que se
llevará la banda por la recuperación de ventas de sus discos. Malek suena para
los Oscars, se vuelve a hablar de las canciones del grupo en Internet… Un éxito
indiscutible. Eso sí, a los queeneros
de toda la vida siempre les quedará un pesar: saber qué hubiera sucedido si se
hubiera llevado a cabo el escandaloso proyecto que quería liderar Sacha Baron
Cohen. El protagonista de Borat, Ali G o Brüno, que guarda un singular parecido
físico con Mercury, a buen seguro hubiera dado mucho más que hablar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario