martes, 20 de noviembre de 2018

¿Por qué Bohemian Rhapsody es un éxito (a pesar de que la crítica la ha puesto a caldo)?

   A lo largo de la historia parece que los gustos del público han ido siempre en discordancia con los de la crítica. Tanto es así que mucha gente acaba yendo al cine huyendo de las opiniones de revistas y publicaciones especializadas. Si la crítica encumbra una película, no son pocos los espectadores que consideran que eso será sinónimo de aburrimiento y a lo largo de la historia se han dado muchos casos de taquillazos que han horrorizado a los especialistas en análisis fílmico.

Freddie Mercury con su look más ochentero
   Algo así ha sucedido con Bohemian Rhapsody, la película biográfica del grupo británico Queen, que ha tenido que sobreponerse a terremotos y tempestades en los ocho años que ha tardado en cristalizar su proyecto. La gestación de la película pasó por tres actores protagonistas (¡el primero fue Sacha Baron Cohen!), numerosos guionistas, el despido del director Bryan Singer (el director de la saga X-Men) y mil rumores sobre las intromisiones de los miembros aún activos de la banda original, Brian May y Roger Taylor, quienes, por lo visto, querían poner en escena la versión más taquillera y menos comprometida posible.


  Y así ha sido. La impresión que da la película, desde un punto de vista objetivo, es que se trata de una historia mal enlazada, con secuencias metidas con calzador, con un guion recauchutado repleto de frases postizas que quieren destacar lo que todos sabemos de la banda y que lo único que persigue es no molestar al espectador. Es más, el hilo conductor de la película, el temazo  Bohemian Rhapsody tan brillante y desconcertante en pleno siglo XXI, tiene su punto de protagonismo (quizás el mejor de la película) cuando se detalla su proceso de creación, pero es cierto que en ningún momento se trata de explicar ninguno de los misterios que aún hoy rodean a esa canción tan vinculada al destino de Mercury. Se nota que había una clara voluntad de construir una película apta para todos los públicos. Sin escándalos, sin contar nada que no supiera el aficionado estándar. Más bien parece que el objetivo es conseguir vender más discos, aumentar la popularidad de Queen entre las nuevas generaciones y, en definitiva, hacer más caja para las arcas de Brian May y Roger Taylor, quienes todavía manejan el nombre con el que pasaron a la posteridad arrastrando al grupo por giras interminables.

  Lo más sorprendente de todo es que la película funciona pese a arrastrar horribles secuencias como la de Mercury presentándose de forma clandestina a un laboratorio y saludar de forma macarrónica a un fan después de comprobar que ha dado positivo. El espectador contempla alucinado una historia de sobra conocida pero no por ello más fascinante y… ¡se lo pasa bien! La primera clave para entender esta sensación es la interpretación de Rami Malek. Resulta surrealista que, pese a ser el doble perfecto de Mike Jagger (que manda narices la elección), lleve a cabo con su mandíbula postiza, una interpretación correctísima, sobreponiéndose a un guion que no puede ser más plano.  Ojo, que el resto de caracterizaciones son impecables, sobre todo la Gwilym Lee, quien parece haber nacido para interpretar a Brian May.

No es una broma, a la derecha, Malek caracterizado como Mercury en los años 70, a la derecha... ¡Mike Jagger, el líder de los Rolling Stones!
   La segunda de las las claves es que la película se articula en torno al concierto Live Aid de 1985, uno de los puntos culminantes de la carrera de Queen. El final es apoteósico, el espectador se sumerge en el concierto y parece estar viviéndolo en directo, desde dentro, gracias a una reconstrucción perfecta del acontecimiento. Cuando acaba la película te llevas una impresión muy agradable y acabas neutralizando todo lo negativo de la historia que has ido tragando a lo largo de sus dos horas de duración. Un buen final, es un buen final y aquí el director (o los productores, o quien haya tomado la decisión de organizar así la película) acertó.

  La tercera clave no hace falta ni comentarla. Queen es y será siempre Queen. Y su música es y será siempre una pasada. El arranque del film, con el logo de la 20th Century Fox sonando a través de la guitarra de May ya le pone al aficionado la carne de gallina. Solo con la legión de seguidores que tiene la banda la película tenía garantizado el éxito. Es un cálculo frío que también se aplicó al musical inspirado en sus canciones. La fórmula del biopic sin riesgos parece que funciona a la perfección y lo mejor para no levantar ampollas es no profundizar demasiado en temas espinosos. Las relaciones homosexuales de Mercury aparecen, pero nunca cobran demasiado protagonismo; su estilo de vida bohemio y sus flirteos con la autodestrucción también aparecen, pero nunca dejan muy comprometida la figura de Mercury, que es un referente,  un ídolo demasiado querido, una leyenda, como se dice en la película, cuyo recuerdo es mejor no mancillar.

  La película va camino de ser uno de los taquillazos del año: más de 150 millones de dólares recaudados en su primera semana (cuando su presupuesto apenas pasaba de los 50), a los que hay que añadir los ingresos indirectos que se llevará la banda por la recuperación de ventas de sus discos. Malek suena para los Oscars, se vuelve a hablar de las canciones del grupo en Internet… Un éxito indiscutible. Eso sí, a los queeneros de toda la vida siempre les quedará un pesar: saber qué hubiera sucedido si se hubiera llevado a cabo el escandaloso proyecto que quería liderar Sacha Baron Cohen. El protagonista de Borat, Ali G o Brüno, que guarda un singular parecido físico con Mercury, a buen seguro hubiera dado mucho más que hablar.

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