De partida, cuesta darle una oportunidad a Chernóbyl. La portada de la serie no llama mucho la atención: un tipo con un traje de descontaminación delante de un fondo difuminado por el humo. Luego oyes los típicos comentarios de los espectadores que buscan algo más dinámico: “es un poco lenta”, “es casi un documental”, “la estética resulta desagradable”… No es raro que el espectador medio posponga el visionado. Sin embargo, cuando empiezas a ver esta miniserie de tan solo cinco capítulos (de entre 60 y 72 minutos cada uno) es inevitable no quedar colgado. El motivo es bien simple: todo lo que cuenta es la cruda y terrorífica realidad.
Portada de la serie |
La mayor virtud de la serie es que todo está narrado desde un tono objetivo, respetando la estética de la Unión Soviética de los años 80. Una nación austera sumida en una organización rígida y jerarquizada bajo una disciplina casi militar. Los hechos del archiconocido accidente atómico son desmenuzados minuto a minuto y sabiendo cómo va a finalizar todo el pastel, porque la historia de Chernóbyl es bien conocida, tiemblas al descubrir cómo la ciudad de Pripiat se queda expuesta al colapso radioactivo, cómo envían a los bomberos a una muerte segura o cómo se trata de tapar y minimizar la magnitud de la catástrofe. La serie ha sido concebida a partir de la novela Voces de Chernóbyl, de la escritora y periodista bielorrusa Svetlana Aleksévich (ganadora del Premio Nóbel en 2015) y logra hipnotizar al espectador con multitud de anécdotas y pequeñas historias personales que, unidas y bien hiladas, forman el terrorífico relato del accidente. Al frente de la ficción brillan los tres protagonistas. Stellan Skarsgård (lo puedes ver como secundario en Thor o en Mamma Mia) está soberbio como Borís Shcherbina, el político que se tragó su orgullo patriota y gestionó con enorme valor y muchísimo riesgo toda la crisis. El actor sueco logra mantener un brillante pulso interpretativo con Jared Harris (conocido sobre todo por la serie de Mad Men), quien interpreta al científico soviético Valeri Legasov, uno de los héroes anónimos en la contención de la explosión y el verdadero responsable de que se atajara una catástrofe que podría haber tenido consecuencias apocalípticas. El Legasov real acabó suicidándose en circunstancias poco claras, oficialmente por una depresión causada por la exposición a la radiación y por la frustración de la poca repercusión que se le había dado a la catástrofe. En 1996, a título póstumo, se le concedió el grado de Héroe de la Federación Rusa. Completa el elenco una brillante Emily Watson, quien interpreta a la científica Uliana Jomyuk, un personaje ficticio en el que se aúnan las voces de los científicos anónimos que se movilizaron para intentar arreglar el desaguisado que se montó junto a la ciudad ucraniana.
Visualizar cada capítulo de Chernóbil es enfrentarse a una cadena de desastres a cuál de todos más inverosímil. La propia explosión, que se produjo por culpa de una cadena de negligencias está retratada casi como una anécdota en la vida diaria de los ciudadanos de Pripyat. La gestión que el gobierno soviético hizo de la crisis, más preocupados de evitar quedar en evidencia frente al resto del mundo que de atajar la colosal destrucción que iba a provocar la radiación llevó a episodios esperpénticos como la anulación de la cooperación internacional. Y así, cien casos más: la evacuación de la ciudad de Pripyat (la más próxima a la central nuclear (aún hoy totalmente abandonada y congelada en el tiempo desde 1986); la caída de los helicópteros que trataban de formar el sarcófago de protección; las escenas en la que los obreros se turnan para retirar los trozos contaminados de grafito durante turnos de sesenta segundos para evitar exponerse a una radiación mortal; el momento en el que los mineros asumen que van a tener que trabajar en una zona de máxima radiación pese a saber que va a acabar con sus vidas… Chernóbil es algo más que una serie, es un capítulo de la historia. Es la narración de cómo se produjo la mayor catástrofe nuclear jamás vivida en la humanidad (junto al accidente de Fukushima). Un desastre colosal cuyas consecuencias todavía las está sufriendo el continente europeo.
La ciudad de Pripyat, todavía abandonada en la actualidad |
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